El Chapo Habla
Información importante: Algunos nombres han sido cambiados, algunas ubicaciones no se han nombrado, y se negoció con el sujeto que esta entrevista se presentaría para su aprobación antes de su publicación. El sujeto no pidió ningún cambio.
“Las leyes de la conciencia, que nosotros pretendemos que se deriven de la naturaleza, nacen de la costumbre”. —Montaigne
Hoy es 28 de septiembre de 2015. Mi cabeza está nadando, etiquetando TracPhones (grabadoras), uno por cada contacto, uno por día, destruir, quemar, comprar, equilibrando los niveles de codificación, a través de Blackphones, direcciones de email anónimas, mensajes no enviados almacenados en la bandeja de borradores. Es una película de horror clandestina para el hombre más analfabeto en tecnología que existe en el mundo. Tengo 55 años de edad y nunca he aprendido a utilizar una laptop. ¿Aún fabrican laptops? ¡Ni puta idea! Son las 4:00 de la tarde. Otro precioso día de otoño en la ciudad de Nueva York. Las calles han sido un hervidero de luces y sirenas de movimiento diplomático, jefes de Estado, funcionarios de la ONU, servicios secretos y la policía de Nueva York. Es la semana de la Asamblea General de la ONU. El Papa Francisco iluminó el camino y se marchó de la ciudad dos días antes. Estoy sentado en mi habitación del Hotel St. Regis con mi colega y compañero de armas, Espinoza.
Espinoza y yo hemos recorrido muchos caminos juntos, pero ninguno tan imprevisible como el que vamos a transitar en breve. Espinoza es el búho que vuela entre los halcones. Ya sea que esté en medio de un barrio pobre, de una selva, o de un campo de batalla, su idiosincrásica elegancia, su sonrisa traviesa y su modesto encanto calman de forma natural la amenaza potencial que se cierne. La cabeza calva de Espinoza hace que te dirijas a sus ojos centelleantes. Es un hombre fascinado y comprometido. Nos susurramos mutuamente comunicándonos en clave. Por fin me puedo tomar un respiro y alejarme de la cibertecnología que ha estado quemándome el cerebro y el alma. Nos sentamos en la quietud que existe tras las paredes fortificadas del viejo hotel neoyorquino, cuando las paredes eran paredes, y los teléfonos se podían usar sin necesidad de hacer un doctorado. Hacemos nuestros planes en silencio, conscientes de la paradoja que supone que en nuestro hotel se hospede el Presidente de México, Enrique Peña Nieto. Espinoza y yo abandonamos la habitación para salir fuera del hotel, respirar el aire de otoño y caminar las cinco cuadras que nos separan de un restaurante japonés, donde nos encontraremos con nuestro colega El Alto García. Al salir a la calle 55, la banqueta está forrada con las camionetas blindadas que transportarán al presidente de México a la Asamblea General de la ONU. Paradójico en verdad, cuando un miembro de su escolta me pregunta si me podría tomar un selfie con él. Un flash: yo y un agente de seguridad mexicano de 1.80 m de alto y con un auricular insertado en el oído para escuchar instrucciones.
Un flash: ¿Por qué es paradójico? Es paradójico, porque actualmente México tiene, en efecto, dos presidentes. Y de los dos presidentes, no era Peña Nieto a quien Espinoza y yo planeábamos ver cuando hablábamos en clave arriba en la habitación. No era él quien hizo necesarias tantas semanas de planificación clandestina. Era más bien un hombre de aproximadamente mi edad, aunque sin ningún tipo de cálculo humano que pudiera brindarnos una idea de cualidades compartidas. Con cuatro años, en 1964, yo excavaba en busca de tesoros imaginarios, innecesarios, en el patio trasero de la casa de mis padres, una familia estadounidense de clase media, mientras él dibujaba a mano pesos imaginarios que, de haber sido reales, podrían haber sido la única posibilidad para él y su familia de soñar más allá de una vida puramente campesina. Y mientras yo estaba surfeando en las olas de Malibú a los nueve años, él ya estaba trabajando en los campos de marihuana y amapola de las montañas remotas del estado mexicano de Sinaloa. Hoy en día, dirige el mayor cártel internacional de drogas que el mundo ha conocido jamás, mayor incluso que el de Pablo Escobar. Vende y mueve, según algunas estimaciones, más de la mitad de toda la cocaína, heroína, metanfetaminas, y marihuana que entran en los Estados Unidos.
El Chapo Habla, Page 1 of 18